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miércoles, 10 de junio de 2009

PASTANDO EN LA CIUDAD

Era una tarde de mayo, del año 2008, en pleno centro de Ámsterdam.
Para muchos, el día de terminaba y, para otros, lo mejor del día estaba por llegar.
Durante nuestra estancia en tan particular ciudad, os puedo asegurar, que todas las horas del día fueron maravillosas.
Estábamos en la céntrica Plaza Dam.
Frente a nosotros, la fachada del famoso Museo de cera Madame Tusseud, cuya visita estaba planeada para el siguiente día. Queríamos asegurarnos de su ubicación para no perder tiempo en encontrarlo.
Una gran feria, con las más altas atracciones, con sus luces intermitentes y sus variadas sintonías, daban la sensación del más festivo de los días.
La gente joven se movía por todas partes, siempre acompañados por una botella de cerveza en la mano.
La libertad del país se apreciaba por toda la ciudad, donde los típicos coffe-shop (cafeterías donde se vende legalmente, las conocidas drogas blandas, para consumirlas en dichos locales) se llenan de consumidores habituales pasando la tarde fumando y bebiendo con sus colegas.
El barrio rojo se preparaba para alumbrarse, encendiendo las bombillas y dando ese color tan característico. Los escaparates de señoritas concentraban una gran multitud de visitantes deseosos de vicio.
Pasamos un buen rato intentando captar una instantánea de una de las atracciones. Una canasta que subía hasta una altura, a mi parecer, desmedida, que se precipitaba al vacío cortando la respiración de los ocupantes.
No dejaba respirar a mi cámara. Las imágenes captadas no tenían desperdicio. Caras desencajadas, presas del pánico.
Tenía que esperar que se vaciaran las canastas del grupo anterior para subirse los del nuevo turno.
Mientras esperábamos, intentamos matar el tiempo mirando el interior del comercio que teníamos detrás nuestro y, que hacía unas horas, había cerrado.
Se podía observar algo muy curioso. Del techo estaban suspendidas un grupo de vacas que, pastando en un extenso prado verde, no dejaban de mirarme con toda la calma del mundo.
No me puedo creer lo que estoy viendo.
¿Será un efecto óptico que a media luz hace desvariar la imagen?
O, ¿tal vez es el efecto de algún coffe-shop cercano que sus aromas alucinan a los transeúntes? El caso es que allí estaban ellas. Suspendidas tan placidamente.
Las imágenes que capté esa tarde fueron estupendas, pero sin ningún tipo de duda, fueron mucho mejores las del siguiente día cuando el comercio abrió sus puertas y todos sus clientes hacían sus compras bajo ese techo lleno de vacas.
Siempre pensé que mi imaginación era desbordante, pero ese día se superó, pues lo que no dejaba de pensar era si eran vacas lecheras o no. En caso de serlo, ¿cómo se podrían ordeñar para que la leche llegue al cubo?
El que sepa como hacerlo, que me lo diga, porque desde ese día no dejo de pensar en ello…

1 comentarios:

los pensamientos de lucy dijo...

Me encanta leer lo que escribes sobre tus viajes. Sé que aunque yo hubiera estado ahí siempre sería una experiencia nueva verlo bajo el prisma de tu mirada.
Con estas entradas enriqueces mi mundo, te quiero.

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