Un tremendo calor sofocaba las calles, derritiendo el alquitrán de sus calzadas.
No obstante, absolutamente nada, conseguía empañar la belleza de una ciudad que no ha dejado a nadie indiferente.
Después de visitar todos los monumentos más emblemáticos, dejamos, para el último día, algo que se ha convertido en una autentica costumbre: visitar el zoológico.
Recuerdo que estábamos contemplando unas enormes jaulas acristaladas donde se ubicaban dos preciosos primates de gran tamaño. Uno de ellos se movía con los movimientos repetitivos típicos de los de su especie sin prestar atención a lo que le rodeaba.
El otro, estaba en un rincón, solo, triste y melancólico.
Nosotros observábamos detenidamente los animales y hacíamos gestos instintivos como para llamar la atención, pero ellos nos ignoraban completamente.
De pronto, llegó una chica de unos 35 años aproximadamente, morena, con un gorro de visera y el pelo recogido con una cola.
Ser acercó al mono que estaba triste en un rincón y su rostro cambio radicalmente. El animal, al ver la chica empezó a demostrar una gran alegría y a acariciar el cristal donde la chica acercaba su rostro.
Ella empezó a hablarle, a pesar que el animal no podía oír sus palabras por el grueso cristal que les separaba.
Nosotros contemplamos la situación atónitos y sin dar crédito.
- Parece que te conoce- dijimos a la chica al contemplar la conducta del animal.
- Si mucho. Vengo todos los días a verle.
Nosotros estábamos sorprendidos que alguien pagara diariamente una entrada del zoológico para visitar a un animal.
La muchacha, en vista que permanecíamos contemplando la situación nos dijo:
- Os importa hacerme una foto con ella?
Nosotros dijimos evidentemente que sí, y sacando una cámara de su bolsa nos brindamos a fotografiar a la muchacha con su amiga la mona.
Al poco rato, se despidió del animal y se dieron montones besos a pesar de la gran barrera que suponía el cristal. El animal dejó todo el cristal babeado a consecuencia del entusiasmo al ofrecer besos a su visita diaria.
La chica se fue girando la cabeza en repetidas ocasiones y la mona se quedó mirando fijamente como se alejaba la mujer.
Todavía no salíamos de nuestro asombro imaginando que lazos habían unido a dos seres tan distintos y que la vida había separado por una gruesa cristalera.
El animal volvió a su melancolía y parecía que el mundo había dejado de existir cuando perdió de vista a su fiel compañera.
La visita al zoológico terminó su recorrido y decidimos salir por la misma entrada por la que accedimos.
Nuestra gran sorpresa fue cuando al pasar junto a la taquilla donde solicitamos las entradas, observamos a la mujer de antes dentro de la taquilla, vendiendo las entradas, aunque en esta ocasión, con un uniforme de trabajo.
Aquí concluyó el misterio. Evidentemente era posible que todos los días, antes de empezar su jornada de trabajo, su mayor ilusión era contemplar a su gran amiga y recibir esos besos llenos de ternura compartiendo instantes de autentica complicidad.