Había una vez un príncipe. Un maravilloso príncipe, que vivía en un lejano castillo, ubicado en una encantadora ciudad de Checoslovaquia llamada Praga.
Todos los residentes de la ciudad divisaban la fortaleza desde cualquier punto de la villa.
Sólo un acceso hacía posible la llegada al castillo para cualquier visitante. El camino empezaba en la ciudad, concretamente en la Torre de la Pólvora de la ciudad vieja.
Traspasada dicha torre, comunicaba directamente con el puente de Carlos IV. Un puente cuya caracteristica es que en ambos lados lucen estatuas de santos de piedra de enormes dimensiones.
Tan magestuoso puente hace posible cruzar el Rio Moldava y su amplitud es tal , que podían pasar perfectamente cuatro carruajes a la vez.
Sólo los mercaderes y vendedores cargados con mercancías y provisiones accedían más allá de las murallas que rodeaban la fortaleza.
Los deseos contínuos de descubrir el exterior y conocer a algun ser maravilloso no dejaban de atormentar al príncipe, pero un maléfico hechizo, hacía imposible realizar los sueños que anhelava constantemente.
Tiene que haber alguna forma de anular el maleficio, no puedo demorarme más, no dejaba de repertirse.
Una fría tarde, llegó a la gran puerta amurallada una anciana de aspecto desaliñado y con ropas viejas y desgastadas por el uso. Sólo una capa negra con una gran capucha le servía de abrigo y con una largo bastón de castaño iba guiando un cerdito, que muy sumiso, no se movía de su lado siguiéndola en todo momento.
El príncipe, que la mayor parte del día se lo pasaba asomado a la ventana, hacía tiempo que venía observando a la ancianita subiendo el empinado y tormentoso camino que llevaba al castillo acompañada de su inseparable cerdito.
El príncipe, personalmente, abrió la puerta de la muralla y recibió a la anciana, pues estaba ansioso de hablar con alguien y recibir información del exterior, sea quien fuera, su informador.
- Hola joven, perdone que le moleste, se que es muy tarde, pero mi paso es muy lento y salí de la ciudad esta mañana temprano y llevo todo el día andando hasta llegar aquí.
Tengo dos hijos y los dos estan enfermos. Me gustaría ayudarles pero no tengo dinero, tan sólo este cerdito que me acompaña. Quería pedirle que me comprara el animalito para poder proporcionar medicinas para mis hijos, le dijo la anciana.
El cerdito miraba a la anciana como si entendiera lo que estaba diciendo y mientras hablaba le daba constantes toques cariñosos con el hocico.
- ¿Qué le ocurre a tus hijos?, le pregunto el principe.
- Tenemos un cuartucho donde vivimos los tres, y justo al lado, hay un almacén donde se guardan las pieles de los animales para hacer las botas de los vinos y los arguardientes.
Los productos que utilizan para su secado les provocan unas alérgias terribles que no les permiten respirar bien con constantes ataques de asma.
Me gustaria visitar a sus hijos y poderles ayudar, pero me es imposible.
- ¿Porque?, pregunto la anciana.
- No puedo salir de aquí. Un maleficio me lo impide. Le respondió y, a continuación, le contó su terrible história, que escuchaba muy atentamente la anciana sin perder detalle.
- Es posible que pueda ayudarte, le dijo la mujer, sin pensarlo.
- ¿Como?, preguntó el príncipe.
- En la biblioteca del castillo está la respuesta, respondió la anciana.
Todos los residentes de la ciudad divisaban la fortaleza desde cualquier punto de la villa.
Sólo un acceso hacía posible la llegada al castillo para cualquier visitante. El camino empezaba en la ciudad, concretamente en la Torre de la Pólvora de la ciudad vieja.
Traspasada dicha torre, comunicaba directamente con el puente de Carlos IV. Un puente cuya caracteristica es que en ambos lados lucen estatuas de santos de piedra de enormes dimensiones.
Tan magestuoso puente hace posible cruzar el Rio Moldava y su amplitud es tal , que podían pasar perfectamente cuatro carruajes a la vez.
Sólo los mercaderes y vendedores cargados con mercancías y provisiones accedían más allá de las murallas que rodeaban la fortaleza.
Los deseos contínuos de descubrir el exterior y conocer a algun ser maravilloso no dejaban de atormentar al príncipe, pero un maléfico hechizo, hacía imposible realizar los sueños que anhelava constantemente.
Tiene que haber alguna forma de anular el maleficio, no puedo demorarme más, no dejaba de repertirse.
Una fría tarde, llegó a la gran puerta amurallada una anciana de aspecto desaliñado y con ropas viejas y desgastadas por el uso. Sólo una capa negra con una gran capucha le servía de abrigo y con una largo bastón de castaño iba guiando un cerdito, que muy sumiso, no se movía de su lado siguiéndola en todo momento.
El príncipe, que la mayor parte del día se lo pasaba asomado a la ventana, hacía tiempo que venía observando a la ancianita subiendo el empinado y tormentoso camino que llevaba al castillo acompañada de su inseparable cerdito.
El príncipe, personalmente, abrió la puerta de la muralla y recibió a la anciana, pues estaba ansioso de hablar con alguien y recibir información del exterior, sea quien fuera, su informador.
- Hola joven, perdone que le moleste, se que es muy tarde, pero mi paso es muy lento y salí de la ciudad esta mañana temprano y llevo todo el día andando hasta llegar aquí.
Tengo dos hijos y los dos estan enfermos. Me gustaría ayudarles pero no tengo dinero, tan sólo este cerdito que me acompaña. Quería pedirle que me comprara el animalito para poder proporcionar medicinas para mis hijos, le dijo la anciana.
El cerdito miraba a la anciana como si entendiera lo que estaba diciendo y mientras hablaba le daba constantes toques cariñosos con el hocico.
- ¿Qué le ocurre a tus hijos?, le pregunto el principe.
- Tenemos un cuartucho donde vivimos los tres, y justo al lado, hay un almacén donde se guardan las pieles de los animales para hacer las botas de los vinos y los arguardientes.
Los productos que utilizan para su secado les provocan unas alérgias terribles que no les permiten respirar bien con constantes ataques de asma.
Me gustaria visitar a sus hijos y poderles ayudar, pero me es imposible.
- ¿Porque?, pregunto la anciana.
- No puedo salir de aquí. Un maleficio me lo impide. Le respondió y, a continuación, le contó su terrible história, que escuchaba muy atentamente la anciana sin perder detalle.
- Es posible que pueda ayudarte, le dijo la mujer, sin pensarlo.
- ¿Como?, preguntó el príncipe.
- En la biblioteca del castillo está la respuesta, respondió la anciana.
- ¿Cómo sabes que hay biblioteca en el castillo?, le dijo el muchacho asombrado.
- ... bueno, lo supongo, lo imagino, no se, tal vez no la haya, respondió.
- Bueno, lo mejor será que pase usted al interior del castillo y pase aquí la noche, ya es muy tarde y hace frío para volver a la cuidad, invitó el príncipe.
La anciana accedió encantada.
- Le pondré algo para que coma y más tarde le acompañaré a la biblioteca, así cuando mañana se levante pueda ir usted misma para que vea lo que desee e intente buscar la solución para mi hechizo.- ¡No!, iremos ahora, dijo rotundamente. Y andando lentamente junto a su inseparable cerdito tomo el camino que conducía a la biblioteca.
El principe sse quedó inmovil y un tanto desconcertado.
- Espere, que le indico el camino, dijo, pero la viejecita seguía el camino correcto sin indicación alguna por parte del príncipe.
El cerdito volvía la cabeza mirando al muchacho, como diciendo, venga, a que esperas, siguenos...
Empezó a andar hasta alcanzar a la anciana que no estaba demasiado retirada pues su paso era lento y tras pasar por infinidad de pasadizos y estancias llegaron a la biblioteca.
La mujer hecho una ojeada rápida a los altos estantes llenos de libros.
- Muchacho, alcánzame aquel libro de allí arriba, si, el de las cubiertas color marfíl.
El chico alzó la mano, cogió el libro y, atónito, se lo dió a la anciana.
Justo por el centro del libro una cinta roja separaba dos hojas, y abrió el libro justamente por donde estaba marcado.
Un árbol genealógico ocupaba las dos hojas. Medio centenar de fotografías, unas más oscuras que otras, colocadas ordenadamente formaban un árbol donde se podían ver claramente los parentescos familiares desde tiempos muy lejanos.
- ¿Conoces a alguien?, le dijo la mujer.
- Pues no, aunque por los apellidos puedo comprobar que se trata de familiares mios muy lejanos.
- Mira, parece que el más cercano es tu abuela, dijo ella.
- Si, es cierto, le contesto. Una mujer joven y bella se podía observar en la fotografía.
- ¿Y tus padres, dónde estan? pregunto.
- Desde el día que el maleficio se llevo a cabo, se fueron para buscar remedio y dijeron que volverian con alguna solucion. De esto hace mucho tiempo.
- La solución la tengo yo. Dijo ella.
- ¿Cómo?, exclamó el príncipe.
- Tienes que hacer lo que yo te diga. Sólo tienes que besar al cerdito.
- Pero, ¿cómo voy a besar al cerdito?, respondió el príncipe asombrado.
- No sólo lo tienes que besar, sino que además has de hacerlo con la certeza y el convencimiento de que en él, tienes la solución, dijo la anciana mirando a su fiel acompañante.
El príncipe frunció el ceño. Estaba atónito ante las palabras de la ancianita.
- ¿Tienes algo que perder? le dijo. Pues hazlo.
- Una cosa le diré, amable señora, si realmente lo que usted me cuenta es verdad, le prometo una cosa: usted y sus dos hijos podrán venir a vivir a mi castillo, y tendrán derecho a tomar la llave de la ciudad y disponer de las tierras que rodean al castillo.
La viejecita no dijo nada, tan sólo se limitó a levantar la mano y señalar al cerdito con la palma hacia arriba y, cerrando el puño, miró al príncipe, le indicó con la cabeza, con señal de aprobación un tanto solemne.
El muchacho cogió al cerdito suavemente y, con mucho cuidado, lo subió sobre la enorme mesa de la biblioteca y lo encaro hacia él.
Respiró profundamente y, cerrando los ojos, fue acercando sus labios al hocico del animal.
Su corazón latía con gran fuerza. Una sensación de calor le recorría todo el cuerpo.
Se fue acercando lentamente, hasta notar el frío y húmedo hocico del animal.
Un beso suave, intenso y lento.
De repente, una corriente de aire fresco recorrío la estancia.
El chico abrió los ojos sobresaltado, notando la extraña sensación.
Algo había pasado, estaba seguro, pero aún no había descubierto el qué.
Miró a su alrederdor y todo seguía igual, sólo un detalle le sorprendió enormemente.
La mujer se había quitado la capa con la gran capucha y mostraba su rostro por completo .
- Su cara me es familiar ahora que la veo sin su capucha. ¿Le conozco de algo? dijo el príncipe.
- Eso tendrás que descubrirlo tú mismo, yo no puedo decirte nada.
Y seguidamente señaló el libro que seguía abierto por la página marcada con la cinta roja.
El chico miró el libro y, con gran sorpresa exclamo: ¡¡Abuela, eres tú!!
Eres la mujer de la foto.
Ni afirmó, ni negó, tan sólo le dijo: Cruza la puerta del castillo. El cerdito te guiará por el camino abrupto y empinado hasta llegar al puente de Carlos IV que cruza el río Moldava. Crúzalo y mira a los ojos, uno por uno, a todos los santos de piedra que hay en ambos lados hasta llegar al otro lado del puente. Cuando llegues a la Torre de la Pólvora, sólo tienes que esperar justo debajo de la Torre.
- ... bueno, lo supongo, lo imagino, no se, tal vez no la haya, respondió.
- Bueno, lo mejor será que pase usted al interior del castillo y pase aquí la noche, ya es muy tarde y hace frío para volver a la cuidad, invitó el príncipe.
La anciana accedió encantada.
- Le pondré algo para que coma y más tarde le acompañaré a la biblioteca, así cuando mañana se levante pueda ir usted misma para que vea lo que desee e intente buscar la solución para mi hechizo.- ¡No!, iremos ahora, dijo rotundamente. Y andando lentamente junto a su inseparable cerdito tomo el camino que conducía a la biblioteca.
El principe sse quedó inmovil y un tanto desconcertado.
- Espere, que le indico el camino, dijo, pero la viejecita seguía el camino correcto sin indicación alguna por parte del príncipe.
El cerdito volvía la cabeza mirando al muchacho, como diciendo, venga, a que esperas, siguenos...
Empezó a andar hasta alcanzar a la anciana que no estaba demasiado retirada pues su paso era lento y tras pasar por infinidad de pasadizos y estancias llegaron a la biblioteca.
La mujer hecho una ojeada rápida a los altos estantes llenos de libros.
- Muchacho, alcánzame aquel libro de allí arriba, si, el de las cubiertas color marfíl.
El chico alzó la mano, cogió el libro y, atónito, se lo dió a la anciana.
Justo por el centro del libro una cinta roja separaba dos hojas, y abrió el libro justamente por donde estaba marcado.
Un árbol genealógico ocupaba las dos hojas. Medio centenar de fotografías, unas más oscuras que otras, colocadas ordenadamente formaban un árbol donde se podían ver claramente los parentescos familiares desde tiempos muy lejanos.
- ¿Conoces a alguien?, le dijo la mujer.
- Pues no, aunque por los apellidos puedo comprobar que se trata de familiares mios muy lejanos.
- Mira, parece que el más cercano es tu abuela, dijo ella.
- Si, es cierto, le contesto. Una mujer joven y bella se podía observar en la fotografía.
- ¿Y tus padres, dónde estan? pregunto.
- Desde el día que el maleficio se llevo a cabo, se fueron para buscar remedio y dijeron que volverian con alguna solucion. De esto hace mucho tiempo.
- La solución la tengo yo. Dijo ella.
- ¿Cómo?, exclamó el príncipe.
- Tienes que hacer lo que yo te diga. Sólo tienes que besar al cerdito.
- Pero, ¿cómo voy a besar al cerdito?, respondió el príncipe asombrado.
- No sólo lo tienes que besar, sino que además has de hacerlo con la certeza y el convencimiento de que en él, tienes la solución, dijo la anciana mirando a su fiel acompañante.
El príncipe frunció el ceño. Estaba atónito ante las palabras de la ancianita.
- ¿Tienes algo que perder? le dijo. Pues hazlo.
- Una cosa le diré, amable señora, si realmente lo que usted me cuenta es verdad, le prometo una cosa: usted y sus dos hijos podrán venir a vivir a mi castillo, y tendrán derecho a tomar la llave de la ciudad y disponer de las tierras que rodean al castillo.
La viejecita no dijo nada, tan sólo se limitó a levantar la mano y señalar al cerdito con la palma hacia arriba y, cerrando el puño, miró al príncipe, le indicó con la cabeza, con señal de aprobación un tanto solemne.
El muchacho cogió al cerdito suavemente y, con mucho cuidado, lo subió sobre la enorme mesa de la biblioteca y lo encaro hacia él.
Respiró profundamente y, cerrando los ojos, fue acercando sus labios al hocico del animal.
Su corazón latía con gran fuerza. Una sensación de calor le recorría todo el cuerpo.
Se fue acercando lentamente, hasta notar el frío y húmedo hocico del animal.
Un beso suave, intenso y lento.
De repente, una corriente de aire fresco recorrío la estancia.
El chico abrió los ojos sobresaltado, notando la extraña sensación.
Algo había pasado, estaba seguro, pero aún no había descubierto el qué.
Miró a su alrederdor y todo seguía igual, sólo un detalle le sorprendió enormemente.
La mujer se había quitado la capa con la gran capucha y mostraba su rostro por completo .
- Su cara me es familiar ahora que la veo sin su capucha. ¿Le conozco de algo? dijo el príncipe.
- Eso tendrás que descubrirlo tú mismo, yo no puedo decirte nada.
Y seguidamente señaló el libro que seguía abierto por la página marcada con la cinta roja.
El chico miró el libro y, con gran sorpresa exclamo: ¡¡Abuela, eres tú!!
Eres la mujer de la foto.
Ni afirmó, ni negó, tan sólo le dijo: Cruza la puerta del castillo. El cerdito te guiará por el camino abrupto y empinado hasta llegar al puente de Carlos IV que cruza el río Moldava. Crúzalo y mira a los ojos, uno por uno, a todos los santos de piedra que hay en ambos lados hasta llegar al otro lado del puente. Cuando llegues a la Torre de la Pólvora, sólo tienes que esperar justo debajo de la Torre.
No tardará en aparecer alguien que te mirara a los ojos y seguidamente te dira: ¡TE QUIERO!
Ricard
2 comentarios:
great blog, I have an economy issues blog. Welcome to visit!
Qué bonita historia, gracias por ser tú. Sigue así.
Con cariño
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