Siempre he dicho que no existe la felicidad pero sí, los momentos felices.
Precisamente éste fue uno de ellos.
Recuerdo que después de pasar un día agotador, visitando las increíbles ruinas de la ciudad de Pompeya, regresamos a Nápoles con intención de cenar cualquier cosa, en cualquier lugar, y llegar al hotel cuanto antes para descansar y dormir a pierna suelta.
La cena fue exquisita en la terraza de uno de los restaurantes cercanos al hotel y para finalizar pedimos un té como de costumbre. Casualmente no tenían té, algo a lo que estamos acostumbrados a tomar todas las noches. No fue algo que tuviera demasiada importancia, la verdad, pero hubiera sido lo suyo.
Llegamos por fin al hotel y la idea de poder relajarnos no dejaba de rondar nuestras mentes, pero de pronto algo se nos pasó por la cabeza… tal vez en la cafetería del hotel nos puedan servir un té antes de ir a nuestra habitación.
Ascendimos a la sexta planta y nos dirigimos a la cafetería donde un atento camarero nos informó donde estaba la zona de bar y dirigiéndonos al final del comedor llegamos a una inmensa terraza iluminada, indirectamente, donde divisamos las más impresionantes vistas de la ciudad de Nápoles. En ese preciso momento nos olvidamos del cansancio y, nuestro único deseo era tomar asiento en los confortables sillone. Se podría decir que la decoración era de lo más relajante. Inspirada en el estilo Zen, con los suelos totalmente de madera y algunos maceteros con centros minimalistas.
Tomamos asiento y rápidamente fuimos servidos. Creo que todos los astros se pusieron de acuerdo para proporcionarnos el más mágico de los momentos, donde una agradable temperatura, una música suave y el deseado té, culminaron el día.
Me levanté y me dirigí a uno de los extremos de la terraza para observar la ciudad con sus miles de luces y de pronto algo me llamó poderosamente la atención, algo que no podía faltar en una noche como esta. Por supuesto, la blanca luna estaba presente sobre nuestras cabezas y, mirándola fijamente, observé como bajaba uno de sus parpados haciéndome un repentino guiño y dejándome totalmente sorprendido, me dedicó unas bellas palabras en forma de brisa poniendo en mi conocimiento el secreto de la noche:
“LO MARAVILLOSO NO ES EL LUGAR, ES LA COMPAÑÍA…"”
martes, 29 de septiembre de 2009
LA NOCHE PERFECTA
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3 comentarios:
Había nieve
en su corazón y
hielo en sus miembros.
Sus ojos se reflejaron
en los mios y, los míos
se miraron en los suyos.
Entonces,
no había frío
en su corazón,
ni hielo
en sus entrañas.
Tqm
Tienes toda la razón, los lugares que visitamos, donde moramos y donde soñamos, no son nada si nos sentimos solos y vacíos, pero... si a nuestro lado está el ser querido , todo cobra vida, todo merece ser vivido.
Con cariño.
Son las personas las que hacen que un lugar tenga magia esas personas que nos quieren de corazón sin ellas los lugares y los momentos pierden la belleza y como bien dice lucy si nos sentimos solos y vacíos nada nos parecera hermoso
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